La ira, mejor fuera que dentro
- Marta Madina
- 15 feb 2024
- 3 Min. de lectura

La ira, al igual que todas las emociones, cumple una función importante y necesaria en nuestras vidas. Es una respuesta natural que protege nuestra integridad cuando nuestras fronteras personales son invadidas. Cuando nos enfadamos y gritamos "¡No!", estamos rechazando un daño, una violación. La ira nos permite establecer límites de forma rápida y clara, sin necesidad de explicaciones. Revela la incorrección de lo que está sucediendo y defiende la integridad, beneficiando a todos.
Como el resto de las emociones, la ira también es una energía en movimiento y nos avisa cuando algo o alguien está cruzando nuestras fronteras personales. Si podemos experimentarla y vivirla, nos ayuda a defendernos y protegernos de esa invasión. Inicialmente, esa energía estaba destinada a satisfacer nuestros deseos, pero al enfrentarnos a una situación desafiante, se convierte en una sobrecarga de energía que nos impulsa a decir "¡Basta!". Sin embargo, cuando no vivimos la ira y no la expresamos, queda atrapada en nuestro ser y puede estallar en el momento menos esperado, provocando situaciones destructivas para nosotros y los demás.
Un ejemplo claro de esta ira encapsulada se observa en los partidos de fútbol, que comienzan con entusiasmo y apoyo de los hinchas, pero pueden terminar en enfrentamientos violentos dependiendo del resultado. Las semillas de la ira contenida estallan a diario en diversas formas, hasta convertirse en una especie de pandemia social.
Es importante comprender que la ira es un remanente de energía destinado a mejorar nuestros recursos para resolver los problemas que la desencadenaron. No es un fin en sí misma, sino un medio para reconocer los obstáculos y expresar nuestro desacuerdo interno. Sin embargo, no todas las iras son iguales. Estar enfadado no es lo mismo que estar iracundo, ni sentir rabia es igual que sentir odio.

Cuando la ira no se expresa y se queda atrapada, se transforma en resentimiento, que no es más que el odio enquistado o crónico, resultado de una ira que no se manifestó en su momento. Además, la ira a menudo viene acompañada de la venganza, una emoción en la que buscamos hacer que el otro sienta el mismo dolor que hemos experimentado. La venganza conlleva un exceso de dolor, enojo, escepticismo e ira, y puede conducir incluso a la violencia.
Es crucial aprender a manejar la ira de manera constructiva, expresándola de forma adecuada y canalizando su energía hacia la resolución de problemas. Cada persona experimenta y expresa la ira de manera diferente, influenciada por la educación recibida, el entorno familiar, los valores y las creencias que hemos internalizado desde nuestra infancia.
Si tenemos la tendencia a reprimir la ira en el momento en que la sentimos, es importante buscar un espacio seguro donde podamos liberar esa energía acumulada. Existen dinámicas y ejercicios físicos que nos permiten descargar esa tensión mediante el movimiento corporal, especialmente a través de los brazos y las piernas. Esta liberación física ayuda a reducir la adrenalina en el torrente sanguíneo y a recuperar la calma. Si no encontramos una forma saludable de liberar esta energía, puede provocar tensiones musculares y afectar nuestra salud cardiovascular.
Además, es esencial comunicar con claridad el impacto que la acción del otro ha tenido en nosotros. Es recomendable hablar en primera persona, describiendo sin juicios lo que hemos experimentado y transmitiendo cómo nos ha afectado. Esta comunicación abierta y honesta nos permite liberar emociones y también proporciona al otro la oportunidad de entender cómo sus acciones nos han afectado. Al tomar esta postura, evitamos caer en insultos o escándalos, lo que solo empeoraría la situación y aumentaría la hostilidad entre ambas partes.
Aprender a gestionar la ira de manera constructiva nos permite tomar el control de nuestras emociones y transformar esa energía en una herramienta para resolver conflictos de manera más pacífica y efectiva. A través de la autoafirmación y la comunicación asertiva, podemos evitar que la ira se convierta en un problema tanto para nosotros como para quienes nos rodean. La comprensión y la gestión adecuada de la ira nos ayudan a construir relaciones más saludables y a desarrollar una mayor inteligencia emocional. Al hacerlo, podemos cultivar un mayor bienestar emocional y una convivencia más armoniosa en nuestra vida cotidiana.
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