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Esos días en que todo te hace llorar

  • Foto del escritor: Marta Madina
    Marta Madina
  • 11 ene 2024
  • 3 Min. de lectura

Hoy quiero hablarte sobre esa emoción que a veces nos envuelve: la tristeza. ¿Qué nos lleva a sumergirnos en ella? La tristeza aparece ante cualquier tipo de pérdida: la partida de un ser querido, la desaparición de un bien material preciado, una situación que afecta nuestro bienestar, como la pérdida de trabajo, de estatus, o incluso un ideal o sueño quebrantado.


A veces, aunque tengamos por así decirlo “la vida solucionada”, nos sentimos tristes porque creemos que algo malo ha ocurrido o sucederá. Esta reacción a menudo está ligada a creencias irracionales, arraigadas en experiencias traumáticas pasadas, como guerras o violencia, que afectaron a nuestras familias, aunque seamos inconscientes de las mismas.


La tristeza también puede surgir cuando nuestras expectativas no se cumplen. Es posible que tengamos una familia amorosa y nuestras necesidades básicas estén satisfechas, pero aún así nos sentimos tristes porque lo que nos rodea no coincide con nuestras expectativas previas, lo que habíamos imaginado.


Otras veces, una tristeza profunda se apodera de nosotras, independientemente de nuestras circunstancias. Es esa tristeza ante la sensación de que la vida no tiene sentido.

La tristeza también se hace presente cuando nos vemos como víctimas, ya sea de conflictos, desastres naturales u otras circunstancias. A menudo nos sentimos impotentes y angustiadas. Esta tristeza nos deja sin energía y nos hace buscar la introspección y la calma.


¿Qué hacemos cuando estamos tristes? Tendemos a alejarnos de los demás y buscamos la soledad. Pero esto también nos da espacio para reflexionar sobre lo que ha sucedido, asimilarlo y, desde la calma, buscar soluciones. Compartir nuestra tristeza nos une, transmitimos algo profundo y significativo, y nos sentimos comprendidas y valoradas.


La tristeza nos invita a soltar, a desprendernos de la causa que la provocó, para entrar en una etapa crucial: el duelo. Cuando expresamos la tristeza, aceptamos la pérdida y recuperamos la sensación de paz interior. Esto nos prepara para el futuro con confianza. Hacer el duelo nos permite honrar y soltar el objeto amado, incorporando un amoroso vínculo a su existencia.


Si negamos la tristeza, cerramos nuestro corazón al amor que sentíamos y nos quedamos ancladas en el pasado. Además, si no podemos sentir nuestra propia tristeza, no podemos comprender la tristeza de los demás y las relaciones se ven afectadas.

La tristeza viene acompañada de una acción subestimada: el llanto. Llorar es la liberación de la tristeza. El llanto permite expresar el dolor y liberar hormonas del bienestar que nos calman naturalmente. Mejora la respiración, la presión sanguínea y es un bálsamo emocional.


¿Todos los llantos son iguales? No, existen diferentes tipos dependiendo de la causa y el contexto que lo origine. Está el llanto triste, silencioso, que induce al consuelo y al apoyo. O el llanto de protesta, muy ruidoso, asociado al enfado, que causa irritación. Hay llanto sin lágrimas, que indica que nos damos por vencidos, o el que surge cuando aflojamos la tensión después de una situación de estrés, y nos produce alivio. Y también está el llanto unido a los saltos de alegría cuando se resuelve una situación de gran tensión, o las lloreras que nos pegamos en las bodas, donde se mezcla la alegría con la tristeza.


Cuando la tristeza se prolonga en el tiempo pasa a convertirse en un estado de ánimo y aparece la depresión. Ésta surge cuando no se ha sabido hacer el duelo o no se sabe transitar y resignificar la pérdida que genera la tristeza.


¿Dirías que la tristeza es buena, o mala? Yo diría que es necesaria. Así que, adelante, si tienes uno de esos días, da rienda suelta a la tristeza y llora. Porque al hacerlo estarás soltando lo que te angustia y sanando una parte de ti.

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