¿Con quién eres más exigente?
- Marta Madina
- 4 ene 2024
- 3 Min. de lectura

¿Con quién crees que eres más exigente, más dura, más intransigente en tu vida? Yo me atrevo a contestar que a quien más le pides, en todo momento, es a ti misma. Porque no basta con cuidar de nuestros hijos, de la familia, de la casa, no es suficiente con acudir a diario a nuestro trabajo y esforzarnos, y ser creativas, ejecutivas, resolutivas… No basta con llenar nuestra mente de un listado interminable de tareas, de agendas sociales, de quedar con las amigas, disfrutar los fines de semana y de obligarnos a regresar los lunes, llenas de energía, de ideas y de entusiasmo.
En algún momento, y con más frecuencia de lo que desearíamos, nos caemos con toda la mochila o tropezamos y nos llevamos el disgusto del siglo. Y, ¿qué ocurre en esas situaciones? Que dentro de nosotras salta como un resorte ese Yo-crítico, perfeccionista, exigente, que automáticamente nos pasa lista de todo lo que no hicimos bien, de lo que pudimos haber hecho mejor, de lo que olvidamos, de nuestra torpeza… Y ese es el comienzo de un diálogo interno que nunca ganamos, y que nos deja desoladas, exhaustas, decepcionadas, y en el mejor de los casos llenas de una ira contenida por haber sido tan… y ahí pones tu calificativo favorito.
¿Cómo conseguimos que esa situación no vuelva a repetirse? Haciendo caso a ese Yo-implacable que sabe mejor que nadie cómo ser la mejor, la más perfecta, la resolutiva, la que siempre lo hace todo bien. Y, te pregunto: ¿has tenido éxito en tu objetivo? Claro que no. No solo sigues sin ser todo lo perfecta que te gustaría ser, sino que, en el camino, estás llenándote de una amargura, de un cansancio tal que, muchas veces, te sientes tentada a hacer justo lo contrario: mandar a tomar viento a todo, hijos, familia, deberes, trabajo y obligaciones, y desaparecer.
Pero tengo una buena noticia para ti, no te rebelas contra todo eso que te rodea, lo que te tiene realmente agotada es la exigencia constante y continua que te impone ese Yo-crítico en un diálogo incesante del que no eres consciente. ¿Solución? Si consigues acallar esa voz, se acabó el problema. Porque ya no tendrás la necesidad de probarte que puedes hacerlo mejor, que puedes con todo.
¿Cómo se silencia esa voz? Te respondo con otra pregunta: ¿cuánto tiempo llevas escuchándola? Probablemente, toda tu vida. Eso significa que no va a ser una tarea que logres de la noche a la mañana. Pero, si has llegado hasta aquí, significa que algo profundo está cambiando dentro de ti.

Comenzar a ser conscientes de los diálogos intrapsíquicos que se desarrollan en nuestra mente es un primer paso fundamental en ese recorrido que tiene como objetivo vivir más en paz, en calma con nosotras mismas. Y, si tenemos paz nosotras, podemos estar en paz con los demás.
Los yoes internos que nos machacan son múltiples y diversos, pero todos ellos tienen en común su habilidad innata para hacernos sentir mal. Y ese mal puede vestirse de la sensación de no ser suficiente, de no saber, de no poder, de no estar a la altura, de no merecer, de estar sola, de abandono, de culpabilidad, de fracaso… Y todo ello hace que nos sumamos en un debilitamiento físico y psíquico del que nos cuesta salir.
Vamos a ir analizando en más detalle alguno de estos yoes acosadores para conocerlos mejor, y en la medida que los conozcamos quizás encontremos la manera de relacionarnos con ellos desde otro lugar, de forma que no les demos ni el espacio ni el tiempo para que se erijan en los dominadores de nuestras vidas.
¿Te imaginas cómo sería tu vida si pudieras desbancar a ese exigente insoportable, o a ese perfeccionista que no te deja respirar tranquila? ¿Cómo cambiaría tu vida, qué te permitirías hacer que no haces, qué dejarías de hacer que no te gusta, cómo te relacionarías con los demás, cómo sería un día en tu trabajo sin este personajillo a tu lado?
En la medida en que eres capaz de responder a estas preguntas, te darás cuenta de que sí puedes hacerlo diferente, que la elección es tuya, que no tienes que rendirte a ese yo que surgió probablemente cuando eras pequeña, con el fin de protegerte de todo lo malo que podría ocurrirte.
Sus efectos son: anula la creatividad, genera culpa, carencia de autoestima, miedo al fracaso, debilitamiento físico y psíquico.
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